Del griego leípein (= faltar, abandonar) y gramma (= letra).
Un lipograma es un texto que se construye prescindiendo voluntariamente de alguna letra del abecedario. Su grado de dificultad es directamente proporcional a la frecuencia de aparición de la letra que se suprime.
El lipograma más antiguo que se conoce es un poema del griego Laso de Hermione (Siglo VI a. C.) titulado «Oda a los Centauros» escrito sin la letra sigma.
Néstor de Laranda (Siglo III d. J.) hizo una versión lipogramática de la Iliada de Homero suprimiendo cada una de las veinticinco letras del alfabeto griego en cada uno de los veinticinco cantos, es decir la letra alfa en el primer canto, la beta en el segundo, etc.
El escritor portugués de origen castellano Alonso de Alcalá y Herrera (1599-1662) es el autor de «Varios effetos de amor en cinco novelas exemplares». Las cinco novelas ejemplares son lipogramas: «Los dos soles de Toledo», sin la letra «a», «La carroza con las damas», sin la letra «e», «La perla de Portugal», sin la letra «i», «La peregrina eremita» sin la letra «o» y «La serrana de Sintra» sin la letra «u».
El poeta alemán del Siglo XVIII, Gottlob Burmann, tenía fobia a la letra «r». Se dice que compuso 130 poemas sin esta letra y que, incluso, evitó usarla en su vida cotidiana. Suponemos que este excéntrico poeta no podría pronunciar su propio apellido.
Enrique Jardiel Poncela publicó cinco lipogramas entre 1926 y 1927 en el diario «La Voz». Los más conocidos son: «Un marido sin vocación» (sin la letra «e») y «El chofer nuevo» (sin la letra «a»).
En 1939 el norteamericano Ernest Vincent Wright publicó la novela de cincuenta mil palabras «Gadsby», en la que no aparece ni una sola vez la letra «e». Se dice que Wright ató la tecla «e» de su máquina de escribir para evitar usarla. Murió el mismo día en que se presentaba su novela.
En 1969 el escritor francés Georges Perec publicó la novela «La desaparición». Su argumento gira en torno a la desaparición de un cadáver, pero la verdadera desaparición es la de la letra «a».
Actualmente el lipogramista británico Giles Brandreth está lipogramando las obras completas de Shakespeare. Ya ha finalizado «Hamlet», «Othello» y dos versiones de «Macbeth».
Enrique Jardiel Poncela
Un otoño -muchos años atrás-, cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.
- ¡Hay un matrimonio próximo, pollos!- advirtió como saludo a su amigo Manolo
Romagoso cuando subían juntos al casino y toparon con los camaradas más íntimos-.
- ¿Un matrimonio?
- Un matrimonio, sí- corroboró Ramón-.
- ¿Tuyo?
- Mío.
- ¿Con una muchacha?
- ¿Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?
- Y, ¿cuándo ocurrirá la cosa?
- Lo ignoro.
- ¿Cómo?
- No conozco a la novia. Ahora voy a buscarla...
Y Ramón Camomila salió como una bala a buscar novia por la ciudad.
A las dos horas conoció a Silvia, una chica algo rubia, algo baja, algo gorda, algo sosa, algo rica y algo idiota; hija única y suscriptora contumaz a «La moda y la Casa» (publicación para muchachas sin novio).
Y al año, todos los amigos fuimos a la boda. ¡La boda! ¡Bah!... Una boda como todas las bodas: galas blancas, azahar por todos lados, alfombras, música sacra, bimbas, sonrisas, codazos, almohadón para hincar las rodillas los novios y para hincar las rodillas los padrinos; lunch, sándwichs duros como un fiscal...
Al onzavo sándwich hubo una fuga súbita por la sacristía y un auto pasó raudo, y unos gritos brotaron:
- ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Vivan los novios! ¡Vivaaan!
Y los amigos cogimos otro sándwich -dozavo- y otra copita.
Y allí acabó la cosa.
Mas, para Ramón Camomila, la cosa no había acabado allí...
Al contrario: allí daba principio.
Y al subir con su novia al auto fugitivo, vio claro, vio clarísimo: ni amaba a Silvia, ni notaba inclinación ninguna al matrimonio, ni sintió su alma con la vocación más mínima por construir un hogar dichoso.
- ¡Soy un idiota! -murmuró Ramón-. No valgo para marido, y lo noto cuando ya soy ciudadano casado...
Y corroboró rabioso:
- ¡Soy un idiota!
Silvia, arrinconada junto a Ramón, bajaba los ojos con rubor, y al bajar los ojos subía dos mil grados la rabia masculina.
- ¡Dios mío! -gruñía Ramón mirándola-. ¡Casado! ¡Casado con una niña insulsa como unas natillas!... No hay ya salvación para mí..., ¡no la hay!
Incapaz para dominar su irritación, dirigió unas palabras durísimas a Silvia.
- ¡Prohibido fingir rubor y mirar a la alfombra! -gritó.
(Silvia miró al parabrisas con infantil docilidad).
Y Ramón añadió para su sayo, alumbrado por una brusca solución:
- Voy a lograr su odio. Voy a obligarla a suplicar un divorcio rápido. Poco valgo si no logro inspirarla asco con cuatro o cinco burradas a cual más disparatada...
Y tal solución tranquilizó mucho a su alma.
Por lo pronto, al subir a la fotografía (visita clásica tras una boda), Ramón hizo la burrada inicial.
Un fotógrafo modoso y finísimo abordó a Ramón y a Silvia.
- Grupo nupcial, ¿no? -indagó-.
- Sí -dijo Ramón-.
Y añadió:
- Con una variación.
- ¿Cuál?
- La sustitución más original vista hasta ahora... Novio por fotógrafo. Hoy hago yo la foto... ¡Viva la originalidad!
Y Ramón aproximó la máquina y advirtió al asombrado fotógrafo:
- ¡Vamos! Coja por la mano a la novia y sonría con ilusión: La cara más alta... ¡Cuidado! ¡Así!... ¡Ya!
Ramón tiró la placa, y a continuación obligó al pago al fotógrafo; guardó los duros y salió con Silvia orondo y dichoso.
- ¡Al auto! -mandó-.
(Silvia ahora iba llorando)
- ¡La cosa marcha! -susurró Ramón.
Al otro día trasladaban sus organismos a Irún. (Lo clásico, asimismo, tras una boda).
Ramón no quiso subir al vagón con Silvia.
- Yo viajo con los maquinistas -anunció-. Voy a la locomotora... ¡Hasta la vista!
Y subió a la locomotora, y ocupó su actividad ayudando a partir carbón. Al arribar a Irún había adquirido un magnífico color antracita.
Ya allí, compró sus harapos a un sordomudo andrajoso, vistió los harapos y marchó a la fonda a buscar a Silvia.
Y tocado con las ropas andrajosas anduvo por Irún, acompañando a Silvia y cogido a su brazo mórbido y distinguido.
Nutrido público los miraba al pasar, asombrado.
Silvia sufría cada día más.
- ¡La cosa marcha! ¡La cosa marcha! -murmuraba todavía Ramón. Pronto rogará Silvia un divorcio total. Sigamos las burradas. Sigamos con la droga antimatrimonial, multiplicando la dosis.
Ramón vistió a continuación sus fracs más maravillosos, y al pisar un salón, un
dancing u otro lugar público acompañado por Silvia, imitaba a los criados, y con un paño al brazo acudía solícito a todas las llamadas.
Una mañana pintó sus párpados con barniz rojo.
Por fin lo trasladaron al manicomio.
Y Ramón asistió a su propia dicha: su contrato matrimonial yacía roto y vivía imposibilitado para otra boda con otra Silvia...
Celedonio Junco de la Vega (alias Martín de San Martín) escribió cinco sonetos en los que suprimió en cada uno de ellos una de las cinco vocales:
Martín de San Martín
El sol en el cenit tiene esplendores
tiene hermosos crepúsculos el cielo;
el ruiseñor sus trinos y su vuelo;
corriente el río, el céfiro rumores.
Tiene el iris sus múltiples colores,
todo intenso dolor tiene consuelo;
tienen mujeres mil, pechos de hielo
y el pomposo vergel tiene sus flores.
Tienen sus religiones los creyentes,
tiene mucho de feo ser beodo,
tiene poco de pulcro decir mientes,
todo lo tiene el que lo tiene todo
y tiene veinte mil inconvenientes
el escribir sonetos de este modo.
Martín de San Martín
Con ojillos oscuros, luminosos,
ambas tan blancas como dos palomas,
cruzando prados y salvando lomas
hoy las vi con dos pícaros gomosos.
Iban con ambas pollas orgullosos,
cortándolas aquí jugosas pomas,
dándolas más allá lícitas bromas,
pasando así las horas muy gozosos.
Cuando callaron todos los ruidos
y la pálida luz agonizaba,
los pájaros volaban a sus nidos.
Y sus hojas la flor mustia doblaba,
y los cuatro cogidos por las manos
tornaron a sus casas muy ufanos.
Martín de San Martín
Blanca como la luz que el alba arroja,
pura como la flor que el aura mece,
por ella oculto, pero noble, crece,
este amor que locura se me antoja.
Cuando en llanto su faz la pena moja,
¡cuán hermosa a los ojos aparece!
¡Tanto el pudor en ella resplandece,
que, al ensalzar sus galas, se sonroja!
Pero su corazón amor no altera;
yo del suyo soñando con la palma
juré adorarla con el alma entera.
¡Mas todo ve con desdeñosa calma!
¿qué alcanzará? que grande, hasta que muera,
guarde entero su amor por ella el alma.
Martín de San Martín
Gime desamparada Magdalena,
víctima de pesares que la matan;
y sus pupilas el raudal desatan
de lágrimas que acusan tanta pena.
Ayer amaba de esperanzas llena;
mas ya, ¿qué dichas a la vida le atan?
¿A qué vivir, si así se desbaratan
venturas en que sueña un alma buena?
¿Quién tal infamia tiene permitida?
El que al pie del altar la fe le jura,
huye y la deja en la amargura hundida,
¡a ella siempre buena y siempre pura!...
Virtud, santa virtud, ¡sé tú la egida
de esa infeliz que gime sin ventura!
Martín de San Martín
Soneto me pedís en donde omita
la postrera vocal del alfabeto;
y en dos por tres pergeñaré el soneto
si no se llega a enmarañar la pita.
Nadie para tal obra necesita
estar de genio y de saber repleto;
basta paciencia y sale del aprieto
toda persona en el rimar perita.
¡Vanidoso! -exclamáis-, ante el sentido
del octavo renglón; mas yo no paso
por mote, a mi entender, inmerecido.
Vanidad, si la tengo, será acaso
en haberme de sobra conocido
para no pedir sitio en el Parnaso.
Francisco J. Briz Hidalgo
Me propongo afrontar un nuevo reto,
con versos y palabras del pasado,
para ello la pluma he desempolvado
porque pretendo hacer un gran soneto.
Con ganas, he encetado otro cuarteto,
puede ser que lo tenga superado,
mas aunque agora estoy algo cansado,
aún conservo fuerzas para un terceto.
Con tesón las trabas voy doblegando,
me restan cuatro versos y un terceto,
¡parece que esto ya se está acabando!
Como he empezado el segundo terceto,
llego al verso postrero preguntando:
¿de qué cosa carece este soneto?
Mikel Agirregabiria Agirre
Fue un robo sorprendente. En principio ninguno supo percibir que el insólito y único tesoro, el precioso recurso insustituible, hubiese sido removido. El suceso continuó oculto, escondido y recóndito. Pero un sutil detective, ¿posiblemente usted, inteligente lector? pronto comprendió lo sucedido. O no fue posible y ni usted, mi querido leedor, logró convertirse en el hercúleo psicólogo de gemelo hecho y, usted me perdone, resulte ser menos resuelto e incluso le cueste un buen período de tiempo descubrir en este vigente documento el mismo embuste, que fue seducción y secuestro.
En 1969, el escritor Georges Perec publicó un folletín (de título «El eclipse»), en el que sugiere el descubrimiento homólogo de un supuesto procedimiento del mismo timo. Sólo en el último episodio se descubre lo que se desdibujó en el contexto desde el primer inicio y que persistió como el hilo conductor de todo el cuento de ficción, y que no se exhibe ni descubre sino concluyendo los últimos conceptos del libro, escrito con un perfecto discurso que se extiende en todo momento de este monumento retórico y poético. Porque el hecho consistió en omitir con intrépido frenesí y en todo el texto el repertorio y los giros que contienen un preciso signo, símbolo distinguido como el de superior repetición y frecuente fenómeno, del que existen numerosos ejemplos en el periodismo de trucos mentirosos. Otros repitieron el experimento, y yo mismo recientemente lo presento, como testimonio de que se evitó un decidido término, propio de que quien publicó precedentemente u hoy mismo con el insistente cuento.
Y si con todo lo escrito y siendo muy curioso no lo puede resolver, debe responderse que, o es un ciego que no ve ni lo que tiene enfrente, o usted y su entendimiento no exceden en erudición y conocimiento, porque pueden prescindir tristemente del mejor y superior héroe: Ese portentoso, invencible, típico y primer quijote en el método de escribir en este complejo revoltijo que gruñimos muchos elocuentes vocingleros, y que no es otro que ese dibujo que se describe en el léxico reconocido como «a».
Mikel Agirregabiria Agirre
Si los rubicundos unicornios y los insumisos niños subscribimos sin conformismos y con compromiso un voluminoso libro inconcluso, por un próximo mundo limpio, sin sinuosos orgullosos, ni mordiscos insidiosos, sin molinos ilusorios, ni fríos homicidios ignominiosos infligidos por sordomudos,... Si lo difícil hicimos, y si dirigimos un sinfónico mundo curioso sin división ni corrupción, con jurisdicción y sin proscripción, con un sincronismo mimoso,... Si coincidimos cómodos, y vivimos un novilunio hoy mismo con principios y como hijos con un Dios común,... ¿Vimos cómo somos dichosos y convivimos sin discurridos polimorfismos, con irrumpidos condominios y sin moribundos monopolios?
Como soy un ridículo microbio minucioso y gordinflón, conmovido por mis policromos domicilios y municipios, os doy mi proposición y conclusión, con un rumoroso susurro, mínimo y microscópico, sin circunloquios líricos ni sinónimos sonoros, con posibilismo psicológico y sociológico: Vivir un cosmos luminoso urdido sin E, ni T, ni A.